jueves, 29 de julio de 2010

LOS ROJOS DE LA ROJA (y III)


Ya habíamos terminado el café que nos sirvieron. Salimos del bar. Como era temprano, seguimos charlando calle arriba, por la acera de la sombra. Lo de charlar es un decir. Él hablaba más que yo y, como os anuncié, dijo cosas de provecho.

—Hablando así, con ese vocabulario, no serán ejemplo para nadie. Y que no vengan los politicastros diciendo que ahora, siendo campeones del mundo, nuestra economía va a cambiar. ¡Una leche! Cambiará para los rojos de la roja, para nadie más; a no ser que los seleccionados pongan las primas dinerarias a favor de los que no tienen posibles para llenar todos los días el puchero. Eso si que sería un ejemplo. A lo mejor hasta les perdonábamos su discurso chabacano, hortera, impropio de quienes pueden ser los espejos de muchos jovencitos en edad de poder y no querer.

Estoy de acuerdo. Sería un detalle ver cómo los comedores colectivos, que los hay, se quedan sin parroquia o cómo en sus perolas ríe la abundancia para satisfacer las necesidades de muchos menesterosos, que acuden a esos centros a compartir miserias y escasez.

—Eso no será así —continuó Pepote—, que las cosas buenas no siempre vienen juntas, ¡releches! Lo mejor del título es que los más necesitados han dejado las colas del INEM para olvidarse por unos días de su condición de parados, de las huelgas del metro, de las letras que no pueden pagar, de las listas de espera en los médicos, de la subida del carburante... Algún día, cuando todos celebremos los actos culturales con la misma fuerza que los triunfos futboleros, sí que podremos decir que todo ha cambiado. Mientras tanto, para espantar nuestras penas lo que necesitamos es más fútbol; ¡fútbol, fútbol y fútbol!

Muy bien, Pepote, en eso estoy de acuerdo contigo.
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