jueves, 12 de agosto de 2010

PROHIBIR

"El botellón", una molestia protagonizada por sujetos irreverentes

Heriberto sigue en el balneario de la costa. Ya sabe lo de Milagros y el doctor, pero no sufre por ello. En estos días de calor y celebraciones locales, se pregunta cómo serán las fiestas de Navaluenga, Cebreros o Cenicientos cuando desaparezcan los festejos taurinos. Cosas suyas.

La historia de los pueblos, como su legislación, cambia con el sentir de la sociedad y sus circunstancias. Algunos ácratas creían que estábamos en la era de “prohibido prohibir”, pues no. En Barcelona ya han vetado las corridas de toros. Pasando el tiempo, si la afición se pierde —que nunca sea por oportunismos políticos—, la “fiesta nacional” solo estará en las enciclopedias, como las gestas de los gladiadores romanos.

Puestos a cambiar y prohibir, habrá que pensar también en los humanos. Muchos estamos sometidos a molestias constantes, sin asistir a mataderos ni circos ni cosos taurinos.

Hay sufrimientos evitables. Sin embargo, existen molestias protagonizadas por sujetos irreverentes, consentidos, que invaden sin pudor la libertad de los demás. Por ejemplo: las verbenas y charangas de los pueblos, el botellón, los bares, las terrazas y las discotecas, que espantan el sueño de los vecinos; los perros sueltos por las calles y los excrementos que dejan en los parques y jardines. Además de los citados, hay más hábitos molestos. Algunos ya están prohibidos, pero los responsables no exigen que se cumplan las leyes con el rigor que corresponde.

La muerte de cualquier animal es cruel, aunque pretendamos justificarla con argumentos hipócritas. Las guerras, el hambre y que los chorizos campen en libertad, mientras muchos inocentes se consumen entre rejas, son salvajadas execrables y también se hace muy poco para evitarlas. Por ahí habría que empezar y seguir.
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