jueves, 23 de diciembre de 2010

LE GUSTARÍA SER PERRO

Villancicos lejanos y olor a churros, que no se ve y nadie quiere compartir


Glori ha conseguido que Zacarías viva su vejez con dignidad en una buena residencia, pero él sufre con amargura la falta de los afectos que nunca tuvo. En estos días navideños espera desde el alba las caricias amorosas de un rayo de sol. Cuando surge el milagro se va al parque con andares trabajosos, enredados en una cadena de objetivos solitarios. Allí, al abrigaño de cualquier solana, entre los sauces desnudos, se recrea con la fauna aterida. Siempre le han gustado los animales de compañía, sobre todo los perros. Defiende que cada cual tenga los que quiera y les diga las lindezas más apetecidas, siempre, eso sí, que mascotas y amos no molesten.

Pero a Zacarías le llama a atención que cualquier chucho, en Nochebuena o en verano, da igual, reciba tantas atenciones: hablan con ellos, les ponen trajes surrealistas y los pasean por jardines, por el campo y por lugares postineros de entornos urbanos; les dan de comer exquisiteces, recogen sus excrementos y hasta los limpian con mimo.

A los viejos como él nadie les dice lo rebonitos que son, ni los acarician con tanto calor y no les limpian nada, ni los zapatos siquiera. A Zacarías le cabrea que, mientras los perritos van siempre tan bien acompañados, los ancianos tienen que conformarse con algún villancico lejano y el olor a churros prohibidos que nadie comparte. Echa de menos una palabra amable, generosa, cercana. Pero eso, aunque barato y posible, no llega a los que arrastran los pies y pueden tropezar con los desperdicios olvidados de cualquier animal con dueño distraído.

Zacarías ha confesado que, aunque sólo fuese por Navidad, le gustaría convertirse en perro para ser más amigo de los hombres. Viendo cómo está el mundo —dice— el hombre es poco amigo de sus semejantes, poco amigo de sí mismo.
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